En la columna vertebral existe un segmento móvil conocido como la unidad funcional de Junghanns, compuesta por el disco intervertebral, los ligamentos y los dos cuerpos adyacentes que une. Este disco se encuentra intercalado a lo largo de toda la columna.
El disco intervertebral, de consistencia blanda, permite la flexibilidad durante los movimientos de la columna, a diferencia del cuerpo vertebral, compuesto principalmente por hueso. Está delimitado por los platillos discales o placas terminales y consta de dos partes principales: el anillo fibroso y el núcleo pulposo.
El anillo fibroso está formado por numerosas capas concéntricas de colágeno dispuestas en diferentes direcciones, creando una estructura robusta que rodea al núcleo pulposo, una masa viscosa compuesta principalmente de agua y mucopolisacáridos.
Funcionalmente, el disco se comporta como un amortiguador, de tal forma que cuando se levanta una carga y se presiona el disco, o se realizan movimientos, este experimenta una disminución de su altura, estabilizando la columna. En bipedestación, el disco soporta el 80% de las cargas axiales, mientras que las facetas articulares soportan el 20% restante. La pérdida de altura del disco debido a la degeneración supondrá una redistribución de cargas, llegando en casos avanzados hasta un 70% de la carga axial a las facetas.
El núcleo está sometido a presiones que varían de acuerdo a la postura y las cargas que se levantan; así, en la posición de descanso en la cama, la presión intradiscal es de 25 kg. Esta aumenta a 100 kg cuando estamos de pie, y si levantamos un peso, sube a más de 200. La presión disminuye al estar sentados, pero si en esta posición levantamos un peso, la presión puede llegar hasta 275 kg. Esto explica por qué la mayoría de las hernias se producen al levantar objetos o realizar movimientos descontrolados que aumentan la presión intradiscal.
Las enfermedades del disco intervertebral suelen seguir un proceso de degeneración progresiva, con tres etapas según Kirkaldy-Willis:
La degeneración discal generalmente ocurre entre los 20 y los 45 años de edad. Afecta especialmente al núcleo, donde se producen cambios significativos debido a la pérdida gradual de agua, lo que provoca fisuras y desgarros en la arquitectura interna del disco. Estos cambios permiten que durante los movimientos, el núcleo se desplace y presione las fibras externas fláccidas del anillo, disminuyendo su rigidez y provocando abombamiento. Con el paso de los años, el sobrepeso, las microlesiones causadas por movimientos repetitivos y fuera de control, el núcleo pulposo deshidratado pierde aún más agua, se fragmenta y forma cavidades, dando origen a fragmentos que se desplazan y se mueven según la presión intradiscal.
Como resultado, el disco pierde altura y su capacidad para soportar cargas axiales se ve comprometida. La degeneración del disco es seguida por la de las facetas articulares, lo que se manifiesta en esta fase con signos de flacidez y sinovitis en los complejos articulares. Este proceso está acompañado de dolor a nivel del disco, causado por mediadores inflamatorios que alcanzan las terminaciones nerviosas en la periferia del anillo fibroso, irritándolas.
La afectación suele manifestarse en personas de entre 45 y 60-70 años. Los cambios en el núcleo pulposo conllevan la pérdida de su turgencia y el aplastamiento del anillo, lo que resulta en una disminución de la altura del disco. Esta situación genera hipermovilidad, lo que provoca que la columna en este nivel se vuelva inestable, permitiendo desplazamientos o deslizamientos de un cuerpo vertebral sobre otro, lo que se conoce como espondilolistesis. Estos cambios explican los numerosos episodios de dolor lumbar o lumbalgia que experimentan los pacientes, los cuales tienden a volverse más frecuentes, prolongados y intensos con el tiempo.
La inestabilidad ocasiona tracción sobre el ligamento longitudinal anterior, provocando la formación de osteofitos conocidos como "picos de loro" en el borde vertebral. Además, las articulaciones posteriores desarrollan artrosis, con cambios en la forma de sus carillas que se vuelven grandes y deformes. Esto conlleva a una subluxación vertical de las facetas e inestabilidad. La sobrecarga en las facetas articulares es inversamente proporcional a la altura discal. A medida que el disco colapsa, aparecen fenómenos degenerativos en las articulaciones, junto con la pérdida de tensión y el engrosamiento del ligamento amarillo y longitudinal posterior. Todos estos elementos contribuyen a la aparición de lo que se conoce como estenosis blanda. La pérdida de estabilidad sagital también condiciona la estenosis, que inicialmente será de tipo dinámico, aumentando en posición de extensión y bipedestación.
La degeneración discal suele manifestarse aproximadamente entre los 50 y 60 años de edad. El disco degenerado pierde altura y se vuelve fibroso, lo que provoca una sobrecarga en las articulaciones. En los platillos vertebrales y las facetas articulares, aparecen nuevos osteofitos que crecen para aumentar la superficie de contacto y pueden fusionarse, lo que resulta en la pérdida de movilidad del segmento vertebral. Estos osteofitos pueden contribuir a la estabilidad y rigidez si se encuentran en la cara anterolateral del cuerpo vertebral, pero cuando están en la cara posterior y las facetas, contribuyen a la estenosis ósea o del canal. Esta estenosis ósea se suma a la estenosis blanda causada por el abombamiento del disco y el engrosamiento del ligamento amarillo, lo que reduce significativamente el diámetro del canal durante la extensión de la columna.
La degeneración discal es parte del proceso de envejecimiento, pero existen una serie de causas que pueden acelerar este proceso y provocar una degeneración discal avanzada en personas relativamente jóvenes.
Es importante comprender la anatomía y función del disco intervertebral para prevenir y tratar adecuadamente las enfermedades de la columna vertebral. Si experimentas síntomas relacionados con la columna, no dudes en consultar a un especialista para recibir el tratamiento adecuado.